Buen artículo...como casi siempre en Panenka
https://www.panenka.org/pasaportes/athl ... -bilbaino/Athletic, por Dios, vuelve a ser bilbaínoOtra final. Otro motivo para ilusionarse. Otra razón para demostrarle al mundo que ser bilbaíno y del Athletic son dos de las categorías que mejor maridan: orgullo, empuje, entusiasmo y autenticidad. ¿Será suficiente esta vez?Pues resulta que el otro día hice el tour del nuevo Bernabéu. Me invitó un hincha del Real Madrid del pueblo de Gipuzkoa en el que vivo, que es socio desde hace muchos años y suele meterse 1.000 kilómetros en coche para ir a ver los partidos importantes. Ya, ya sé. Un tarado. Pero acepté sin dudar. Lo primero es que esas cosas yo las entiendo, porque sé lo que es tener ansia viva y disponer de una droga tranquilizante como el fútbol que no te destroza las funciones de la corteza orbifrontal. Lo segundo es que ese señor es el product development engineer de una empresa tecnológica de primer nivel, signifique eso lo que signifique, y al mismo tiempo tiene una biblioteca de 10.000 volúmenes que hay que verla, con libros de Thomas Pynchon y el copón. O sea, un tío interesante de Champions League que te asegura buena conversación durante las ocho horas de viaje.
Total, que allí estábamos, recorriendo un pasillo interminable de suntuosos trofeos y exhibiciones de virtud, que aquello parecía un Museo del Vaticano de merengue. Había buena entrada y resultó prácticamente imposible acceder a una sala sin que algún aficionado te pidiera hacerle una foto de recuerdo. Yo empecé a cansarme de tanta masturbación. Así que cuando el último tontolaba me dio su móvil y me posó con las Copas de Europa de fondo, poniendo morritos y haciendo la uve con los dedos, me escapé a ver el impresionante interior del estadio. Y sentado en la tribuna, observando los anfiteatros superpuestos y el techo retráctil, tuve una idea: qué fácil es ser del Madrid. Porque la mayoría de plastas que pedían fotos (casi todos, se notaba, de fuera de la capital) no sabían lo que es perder la categoría o una final que probablemente nunca vuelvas a jugar, no sabían lo que es ver a tus mejores futbolistas pirarse a equipos mejores o tener que poner de ‘9’ a un tronco o a un triste o a uno que pasaba por allí. Esos aficionados habían elegido el caballo ganador, o sea, felicidad garantizada con razonable frecuencia. Es como decir que te gustan los perros, como llevar a tu novia en la primera cita a un italiano o como culpar de todo a Putin. Son victorias seguras. Es como Fernando Esteso en Los bingueros diciendo al desmoralizado que le acompaña en la cola del paro: “Aquí quieren que ganes dinero, pero a fuerza de trabajar. Y, claro, trabajando cualquiera”. Claro, ganando cualquiera es del Madrid. Es fácil.
En Bilbao, en cambio, no podemos elegir equipo. Salvo raras excepciones que la ciencia tendrá que explicar para que nos quedemos tranquilos, todos somos del Athletic. El Athletic te cae encima igual que un chaparrón de emociones familiares, igual que los pies planos del abuelo. No te libras. Se hereda como parte de un pack repleto de fabulosas singularidades del que te apropias en cuanto tienes uso de razón. Cuando mi padre me entregó su carnet hace 35 años en una especie de ceremonia de mafia rusa en Londres, yo recibí una condena de por vida. Y feliz. Porque con el carnet tienes derecho a la fanfarronería, a la hipérbole, a la profusión. Hay que estar loco para rechazar eso. Ser del Athletic ha constituido una parte esencial y al mismo tiempo deliciosa de nuestra condición de nacidos en Bilbao y alrededores (recordaré, aunque no haga falta, que los bilbaínos nacen donde quieren). Una obligación, y también un placer, ya que ambas categorías, bilbaíno e hincha del Athletic, maridan de maravilla al beber de las mismas cualidades: orgullo, empuje, entusiasmo y autenticidad.
Todo iba bien. Al menos hasta hace tres décadas, cuando el fútbol moderno nos arrinconó. Las cosas se fueron torciendo, se debilitaron los recursos. Y hoy, mientras nosotros seguimos mirando en los bares las fotos del 84, los viejos rivales como el Madrid amplían otra vez la sala de trofeos. No es fácil ser del Athletic, aunque no se reconozca abiertamente. El equipo no está a la altura de nuestra autoimagen. No nos da lo que necesitamos. No es capaz, aunque lo intente, de corresponder a nuestra entrega.
ALGO QUE PERDURA CUANDO NADA PERDURAAnte la inanición de títulos, la hinchada se ha lanzado como una posesa al folclore: Beti Zurekin, Unique in the World, recibimientos tribales al autobús antes de los partidos clave, gradas de animación que van como a motor y libros, embajadores y homenajes para parar un tren. Siempre he creído que el verdadero bilbainismo exige ganar, y toda esta parafernalia me resulta efectista y aburrida, como un amor de consolación: mucho rebozado y poco calamar. Pero reconozco que sirve al menos como una especie de reserva espiritual mientras llegan tiempos mejores. La realidad es que, como afición, somos invencibles: vamos en masa, gastamos el dinero de forma desaforada, ponemos banderas hasta en las banderas, nos ilusionamos con una lealtad, una exageración y una falta de reserva digna de nuestra identidad.
Recuerdo especialmente la final de Copa en Barcelona en 2015. Por tierra, mar y aire, 70.000 hinchas invadimos la ciudad absolutamente convencidos de poder derrotar, en su campo, a uno de los mejores equipos de la historia. Qué ingenuidad. Lo mismo pensaban quienes llenaron San Mamés y una decena larga de plazas de Bilbao para verlo a través de grandes pantallas. Vamos a ganar. ¿Lo dudas? Fue tan absolutamente conmovedor ver la marcha al estadio por las calles de Barcelona de toda aquella gente como la salida del Camp Nou tras el nuevo fracaso, aquel desfile silencioso y heroico, sin un solo incidente, cada hincha desnudo mascando su dolor con una extraordinaria dignidad, a la vista de otros lastimados. Hay quien niega o minimiza esa grandeza, pero es un enfermo o un necio. No somos los mejores, pero somos algo que perdura cuando nada perdura. Y hasta que el árbitro pita el inicio, cumplimos con nuestra parte con creces y hacemos que todo esté en consonancia con la descripción que hemos asumido como un deber. Aunque luego no nos alcance con eso.
Las finales de la última década nos han minado. No tanto por perderlas, sino por la incomparecencia en la mayoría de ellas, con los jugadores deambulando atenazados, la cara de sufrimiento y responsabilidad, con distintos entrenadores confesando su incomprensión sobre la pobre propuesta, y con una lamentable falta general de espíritu combativo. ¿Ha habido algo menos bilbaíno que el Athletic de las finales?
El caso es que estamos aquí otra vez y he notado algo distinto: percibo una cierta prudencia en la hinchada. Ya lo noté antes del partido de vuelta de la semifinal y veo que pervive: bilbaínos un tanto recelosos, contenidos, alejados aunque sea ligeramente de ese optimismo espontáneo y con tendencia a la autocombustión que tan a menudo nos cuece en nuestra propia salsa. Bilbaínos que no quieren hablar de la puta barca esa de la ría, la cual, después de cuatro décadas de frustraciones, añoranzas y cansinos recordatorios periodísticos, se ha transformado en un objeto tan sobrecargado de simbolismo que roza la caricatura y nos atenaza cuando estamos a punto de hacerla real, como si fuera nuestra kriptonita. Se hace rara esta cautela. Ver a un bilbaíno tipo en plan modesto es tan antinatural como ver, qué sé yo, a un guipuzcoano medio, habitualmente moderado, ponerse farruquito: no le pega, le sienta fatal, impostado, como un Imanol Alguacil contando chistes verdes o un Otegi vestido de torero. Sin embargo, está sucediendo. Tal vez sea porque estamos realmente bien y el rival parece más asequible que los anteriores (aunque ahora mismo me parece que sus centrales son guerreros Dothraki y que Muriqi lo mismo te remata un córner que te dinamita un estratégico puente fronterizo). O tal vez sea a causa del pesimismo defensivo que todo hombre lúcido adopta después de las derrotas de la vida. Es el mismo pesimismo de cuando tienes un niño pequeño, que si hay silencio durante más de 15 minutos debes ir a ver qué pasa. O el de conducir, que tienes que estar alerta y pensar que los otros conductores son unos insensatos. Esta prevención es una actitud extraña en nosotros, acostumbrados a ir por ahí a pecho descubierto, haciendo la trainera en la primera acera de al menos un kilómetro que encontramos. Pero me gusta. Puede que nos ayude en esta ocasión.
Vuelvo a pensar en el tour del Bernabéu. Nosotros no necesitamos tropecientas Copas de Europa, porque Bilbao ya es el centro del mundo según rezan los mapas y porque además hay algo hortera e inseguro en esa obsesión por ganar siempre. Lo que necesitamos es sentirnos identificados con el equipo que lleva la misma camiseta que nosotros. Y conseguir un título, a nuestra manera, cada cierto tiempo. Así que sal ahí, Athletic, y compórtate. Sé alegre, sé confiado, sé feroz. Sé lo que eres y déjanos, de paso, serlo a nosotros. Te lo pido por Dios, por la Amatxu de Begoña, por el loro Carmelo, por la gracia de Reinildo, por mi padre que ya no está y por el millón de hinchas que llevan 40 años esperando en ambos márgenes de la ría a que pase algo emocionante. Sé bilbaíno, Athletic. Haz que ocurra de una vez.