Ahí va pues
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París. Julia se dirigía con paso rápido a la mansión de un tal Denís Dubois. Tras el último fracaso que había obtenido en el teatro, se vio arruinada, no tenía más remedio que dejarlo y trabajar en otra cosa. El trabajo no andaba muy bien, así que gracias a un amigo, se enteró que ese tal Denís Dubois buscaba a una mujer para que limpiase su vieja y enorme mansión.
Antes de ir, Julia había intentado informarse sobre este hombre. Nadie sabía prácticamente nada de él, ni a qué se dedicaba, era todo un misterio. A Julia le gustaban los misterios, quizás fuese un hombre reservado y no quería dar de qué hablar a la gente, que ya se inventaba historias de por sí.
Por fin llegó, no podía creer lo que veía, le habían dicho que la mansión era grande, pero no imaginó que lo fuese tanto.
Una valla de acero forjado, trenzado en forma de picas que acababan en la típica flor de lys de moda en el siglo anterior entre los burgueses adinerados daba paso a un jardín bien cuidado pero lleno de hierbas salvajes que extrañamente parecían crecer en armonía con rosales y crocos. La puerta estaba abierta lo suficiente para que una persona pudiese pasar sin problemas, como no encontró ninguna campanilla a la que llamar decidió pasar.
Caminó entre aquel extraño jardín que parecía como congelado entre el invierno y la primavera por encima de un camino de losas de basalto hasta llegar a la puerta principal, aquel lugar le ponía los pelos de punta pero acaso no era aquella en el fondo una sensación agradable, tiro del cordón de la campanilla que había en lado derecho.
No sonó, lo intento de nuevo y tampoco hubo ninguna muestra de que aquel cordón estuviese unido a algo, finalmente levantó el golpeador de la puerta y cuando se disponía a bajarlo...
La puerta se entreabrió. Julia aparto su mano temerosa y ahogó un pequeño grito. Una voz ronca desde dentro de la mansión dijo algo, pero ella no entendió lo que dijo.
- ¿Hola? - dijo con voz temerosa.
- Pasa.
Julia abrió lentamente la puerta. Quedó estupefacta con el interior de la mansión. Había un pasillo muy muy pequeño, decorado tan sólo con dos candelabros, uno en cada pared. Paso por el hasta llegar al final. Era una especie de sala de estar, ¿o era un comedor? Julia no sabría decir, porque estaba todo muy oscuro. Habían grandes cortinas en la pared, tapando las ventanas, la única luz venía de unas pocas velas repartidas por la enorme habitación.
- Entra, no tengas miedo. - Dijo la voz ronca.