Kishimoto demuestra que no ha perdido su toque, como podría haber dado a entender Samurái 8, y sinceramente, qué diferencia con Boruto, no solo por la historia sino por el estilo gráfico, es que no hay color. De verdad, si Kishimoto hubiera hecho Boruto desde el principio, haciéndolo todo, no necesariamente a ritmo semanal pero tampoco mensual, lo que podría haber sido.