Rams (El valle de los carneros) Escrita y dirigida por el documentalista Grímur Hákonarson, esta película islandesa está siendo una de las sorpresas del año. En el Festival de Cannes consiguió llevarse el premio “Un certain Regard” y se alzó con la Espiga de oro de la Seminci, celebrada anualmente en Valladolid. Actualmente está nominada a mejor película en los Premios del cine europeo y es la seleccionada por Islandia para optar al Oscar.
El cine islandés empieza a ser reconocido internacionalmente, pero no solo en forma de excelentes críticas, sino también en premios. Hay varios nombres que comienzan a sonar fuerte en el mundo de la cinefilia y que les espera un futuro prometedor. De forma paralela a
Grímur Hákonarson, hay que nombrar a Baltasar Kormákur como el director islandés más importante que hay actualmente. Tras el éxito cosechado con películas realizadas en su país natal, dio el salto a Hollywood con excelentes críticas. Su último film, Everest, que cuenta con un reparto de lujo, abrió el Festival de Venecia. Tampoco hay que olvidarse de
Rúnar Rúnarsson, que consiguió la Concha de oro en San Sebastián por su película
Sparrows y que es uno de los títulos más interesantes de la temporada. Así pues, parece que ha nacido una nueva ola islandesa que va a dar mucho que hablar.
La ganadería ovina es muy importante para gran parte de la población rural de Islandia, y muchos consideran a las ovejas como algo casi sagrado que deben conservar. De este modo, están orgullosos de su raza y son reacios a las que viene de fuera, como son las ovejas británicas. En Bardardalur, pueblo donde se rodó la película, el empleo principal de los habitantes es el de la crianza de estos animales. Por eso, el Scrapie, enfermedad mortal que no tiene cura y que es muy contagiosa, es uno de los principales temores de la población, ya que si tan solo de una de sus ovejas lo padece, deberán sacrificar a toda la manada para que no se pueda extender. Esto supondría la ruina económica para el ganadero que no podría sobrevivir de otra cosa aun recibiendo una indemnización.
En este contexto, Grímur Hákonarson, sitúa a dos hermanos que no se hablan desde hace 40 años, aun viviendo casi puerta con puerta y compartiendo las tierras que heredaron de su familia. Ambos tienen una granja ovina y todos los años se presentan a un concurso donde se elige a la mejor oveja de la temporada. La rivalidad entre ellos es máxima, y supone una tremenda decepción la derrota solo por el mero hecho de haber quedado el uno por debajo del otro, a pesar de recibir el segundo premio. Este enfrentamiento no se queda solo en el ámbito puramente deportivo, también llega a las manos (o a las armas) cuando consideran que un problema es culpa del hermano. Pero, ¿ hay algo que pueda ocurrir para unirles de nuevo?
El director islandés conoce exactamente la vida de los pueblos y el comportamiento de sus habitantes, y nos lo muestra a través de los dos hermanos. Por lo general, suelen ser muy autónomos, desconfiados y viven con sus animales y sin ningún tipo de compañía. Algunos muestran un temperamento colérico como le ocurre a Kiddi, el hermano del protagonista, y son muy violentos ante situaciones adversas. Por el contrario, Gummi tiene un temperamento flemático; es más tranquilo y no habla cuando no ve que lo necesita. Este contrapunto en las personalidades, va a dar paso a un humor negro muy característico en las películas escandinavas.
Al margen de las pequeñas dosis de comedia, El valle de los carneros supone un relato muy cercano al documental al mostrarnos las costumbres y la rutina del pueblo a través de acciones tan cotidianas como puede ser la preparación de la cena de navidad que hace Gummi para él mismo o las simples distracciones que tiene día a día. Es una película simple, sin emociones fuertes, pero sorprende por el humanismo que desprende. Nos enseña de una forma realista y verosímil la conexión emocional que hay entre el hombre y la naturaleza y la importancia que tiene para ellos. Incluso más que la propia relación entre humanos. La relación que tiene Gummi, representante de todos los ganaderos, con sus ovejas es cálida, como si fueran sus hijos, y se contrapone al ambiente frío, casi congelado, que se respira. Porque como confiesa Hákonarson en una entrevista: “Los granjeros tienen una conexión mucho más fuerte con las ovejas que con otros animales domésticos. La relación entre hombres y ovejas siempre ha sido muy cercana”. Y es por eso que solo la enfermedad de estos seres sea la única capaz de volver a unir a dos hermanos tan diferentes pero, que si quieren que el linaje familiar de sus ovejas prevalezca, deberán trabajar juntos, aunque eso suponga saltarse la ley.
En la película predominan los silencios, los murmullos y los momentos cotidianos llenos de lentitud y pasividad. La fotografía es fría, ningún color destaca por su fuerza, cubriendo todo el relato de tristeza pero sin llegar al sentimentalismo. El humor es áspero y de mal gusto, pero es imposible no soltar una pequeña sonrisa ante situaciones grotescas. Es difícil no acordarse de la película sueca
Fuerza mayor -estrenada este año-, con la que comparte algunos puntos estilísticos, e incluso el desarrollo del final es muy semejante en cuanto a ejecución.
No es para todos los gustos y muy probablemente acabe irritando a más de uno que verá que no avanza la trama. Aún así, supone una de las películas más existencialistas y humanas de lo que llevamos del año.
7/10