No mires arribaConozco el trabajo de Adam McKay desde antes de ser director de cine. Ya en su época de guionista del Saturday Night Live no me convencía. Luego fue a peor, con esas malísimas películas en las que él y Will Ferrell se empeñaban en sacar de donde no hay una y otra vez (Anchorman 1 y 2, Pasado de vueltas, Hermanos por pelotas, Los otros dos... madre mía, vaya carrerita...).
En 2015 pega un volantazo, se deshace de Ferrell y vuelve a la parodia sociopolítica que ya ejercía en SNL, esta vez en cine. El problema es que, tanto con La gran apuesta como con El vicio del poder, me dio la sensación de que era de esos tíos que se creen más ingeniosos de lo que realmente son. Y a mi esas dos películas no me funcionaron. Eso sí, como superviviente de Hollywood debe ser la leche porque allí tiene en el bolsillo a la crítica, a la Academia de los Oscar y siempre consigue a los mejores actores del mundo para sus corales repartos. Digo yo que algo bueno tendrá que no estoy sabiendo ver. Y, a decir verdad, es productor de Succession, una de las series más inteligentes e incisivas de los últimos años, dos adjetivos en los que McKay cree que va sobrado. Curiosamente es, de todos los trabajos nombrados, el único donde él no ha participado como guionista...
Todo hace pensar que vengo a meterle un viaje a McKay que se ve venir desde Cuenca. Pero no. Tanta mamandurria para venir a decir que, pese a que no me gusta McKay, sí me gusta No mires arriba y la considero su mejor película con diferencia. He leído a mucha gente decir que no es una buena película de catástrofes. Y digo yo, ¿quién ha vendido esta película como tal? Mira que hay veces que los trailers engañan y es obvio que el público no está obligado a conocerse la obra y milagros del autor para saber qué esperar. Pero yo creo que dejan bien clarito de qué palo va esta película. Ergo, si has llegado hasta aquí pensando que esto era algo a lo Independence Day, ve a tu plataforma favorita, escribe en el buscador Roland Emmerich y disponte a disfrutar. Adelante, no habrá reproches.
También he leído a mucha gente decir que la película no da tanta risa. Eso lo comparto más, la película no es para reír a carcajadas. Es para soltar "Jés", esa onomatopeya corta acompañada de un soplido de nariz que viene a ser a la risa lo mismo que un beso en el prepucio es a una felación. Pero aquí sí me vino bien conocer los antecedentes de McKay y fui con las expectativas bajas en este sentido ya que he podido comprobar en numerosas ocasiones que su humor tiene dos vertientes; el que pinta con brocha gorda, donde abundan personajes que sobreutilizan el recurso de "es tan malo que hace gracia", y aquel en el que juega a ser Fincher en El club de la lucha con una riada mareante de mensajes subliminales que parece seguir la filosofía del "tú no pares de echar, que algo entra". En las interacciones entre los protagonistas es donde usa el primer tipo y en la narrativa que imprime por medio del montaje es donde usa el segundo tipo. Conmigo no suele funcionar de ninguna de las dos formas. Pero debo decir que si con alguna de las películas de McKay he podido estar cerca de reírme y de, en general, encontrarla medianamente graciosa, ha sido con esta.
Es por eso por lo que tampoco puedo decir que esta sea una gran película. Bueno, por eso y porque lo que cuenta en 140 minutos lo podría haber contado igual o mejor en 100. En fin, ser eficiente nunca ha sido lo de Adam. Tampoco ser gracioso, ni ingenioso, ni inteligente, por mucho que sí lo crean él y un montón de gente en Hollywood de la que necesita pagar a un asistente que les explique cómo aparentar tener personalidad y buen gusto. Lo de Adam es reunir talento. Ahí lo clava una vez más. DiCaprio, Lawrence, Streep, Rylance, Blanchett... Todos actores maravillosos demostrando por qué llenan una pantalla con su sola presencia, los dos primeros en interpretaciones más dramáticas, el resto en un estilo caricaturesco. También hay actores no tan buenos que funcionan genial, como el Idris Elba de McDonalds, Tyler Perry, o míster estrías Jonah Hill. Aunque según algunos críticos lo único que merece la pena de esta película es Timothee Chalamet. Buen actor, papelazos en The King, Dune, Día de lluvia en Nueva York... Bueno, esta última no, que aquí se arrepintió porque un chaval rubio con toda la cara de Sinatra dijo que había que creer más a su mamá que a los tribu... ejem... a su papá y desde entonces hay que boicotear todo lo que su papá haga, que no se si se refiere al que hace pelis o al que cantaba... Pero bueno la historia del chaval rubio este creo que la explican en Juego de tronos, yo solo se que no recuerdo haber visto a Chalamet en No mires arriba.
Pero, esencialmente, ¿por qué me gusta No mires arriba? Pues porque estoy lo suficientemente asqueado con nuestra involución sociológica como para ponerme de su lado y a la vez soy lo suficientemente consciente como para aceptar que desde su lado también me golpee a mi como parte del problema. Desafortunadamente es también la era de la piel fina, de la gente que se ofende con facilidad, y una película como está, incluso con su muy básico discurso que apenas rasca un poco la mugre superficial, obtendrá mal recibimiento de parte de toda esa gente que no admite que la zarandeen un poco, ni a sus actitudes ni a sus posturas. Es difícil que esta película consiga nada significativo más allá de ser trending topic en Twitter un par de días del mismo modo que durante la pandemia la gente aplaudía a los sanitarios a las 20:00 para luego comportarse como idiotas en su centro de salud la mañana siguiente. La película no contiene valores que la lleven más allá de eso, no aporta nada más allá del retrato. Lo que ocurre es que como retrato resulta una divertida caricatura. Sin relieves, sin sombras, sin virtuosismo ni clase, pero certera como un flechazo. A veces una flecha no tiene que penetrar muy hondo para hacer sangre. Esta hace sangre y yo lo disfruto.
Nota: 7 - 7,5