He acabado Fausto.
Es un libro denso, pesado, aburrido, confuso y muchas veces incomprensible y absurdo. Tan absurdo como que participan en los diálogos, por ejemplo: una corona de espigas de oro, una rama de olivo cubierta de fruto, una mona, una grulla, una estrella caída, fuegos fatuos... Eso al margen de escenarios tan variopintos como: una llanura, la catedral, los pozos, jardín de Marte, selva y cavernas, una galería oscura, noche de Walpurgis, la calle...
La obra consta de tres partes, siendo la primera la más llevadera, aunque el paso del tiempo no queda bien reflejado y muchos hechos ocurren sin que sean relatados y aparecen de pronto en el siguiente párrafo o capítulo.
La segunda parte es una locura sin pies ni cabeza donde aparecen personajes históricos y mitológicos, desde Helena de Troya hasta un Emperador en horas bajas.
La tercera parte, mucho más breve que las otras dos (su extensión es de apenas diez páginas) también resulta ambigua, alternando distintos escenarios y personajes inconexos que aportan frases incoherentes.
No dudo que Goethe tuviera un pensamiento profundo y muchas cosas que decir, pero tal como lo cuenta, creo que pocas personas serán capaces de captar su mensaje. Porque si es necesario un manual para saber lo que alguien escribe, la cosa no va bien.
El próximo libro será Cumbres borrascosas de Emily Brontë.