Giró la cabeza, no demasiado lento, pero si lo suficiente como para desvelar sus ojos con bolsas, y del único que aún le servía una mirada, fría y casi perdida, daba a entender que sentía, quizás debido a algo latente en el subconsciente, cierta repulsión hacia el benevolente Gerardo. Y le contestó
- No se quién es usted...pero por su forma de vestir, creo que se a que se dedica -pausó, y luego prosiguió-. ¿Ha venido a consolarme, padre? ¿O a que confiese mis pecados, a sabiendas de que me queda poco tiempo entre los vivos? Pues sepa, que no tengo nada que confesar. No me arrepiento de nada que recuerde. Puede que cuando a amnesia remita, padre, sea entonces cuando le necesite. Pero, ya sabe usted, no creo que eso ocurra, ya que antes de que recupere algo de memoria, habré perdido la poca lucidez que me queda. Ni siquiera se si creía antes en un Dios. Y tampoco se si creer ahora, porque si creyese, no sabría si agradecerle seguir algo más, o maldecirle por solo dejarme llegar hasta...hasta...¿padre, a que ha...? Discúlpeme, he perdido el hilo.