-Debería estar durmiendo ya, pero ella no me deja.
-No me engatusarás con tu rostro de niña dulce, no eres mi reflejo, por mucho que pretendas serlo.
-¿Lo controlo? ¿Me controla? ¿Acaso me importa? Juega conmigo, te acabarás aburriendo.
-Casi logras que te crea. Eras la reina del artificio y el engaño. Aprovechas la debilidad de mi alma para tratar de hacerte conmigo. No lo lograrás. Yo acabaré contigo antes o ambas acabaremos pereciendo en el proceso.
-¿No quieres escapar? ¿Te apetece perder el tiempo en este laberinto eterno? Tú misma...
-Si crees que mis lágrimas me acercan a tus brazos, te equivocas. He aprendido a vivir con ellas, como aprendes a vivir con el viento helado del invierno. Las lágrimas, como el frío, arañan mi rostro, me hacen temblar. Pero no me conducen hacia ti. Estás sola y lo sabes.
-Gritaría. Gritaría hasta perder el control, hasta caer rendida al suelo. Y reiría. A carcajadas. Mientras la demencia se incrusta en lo más profundo de mi ser. No me importa. Cuando nos miramos a los ojos y asoma una sonrisa a mi rostro, puedo ver tu miedo. Y tu miedo me da la vida. Eres tan débil...
-A veces, solo a veces, el mundo cae a pedazos a mi alrededor. Y entre la niebla distingo contornos, figuras que se arrastran arañando la piedra. Y la niña que soy se abraza a sus rodillas mientras en silencio suplica que la rescaten. Y lo hacen. Le devuelven la vida y la entereza, le muestran el camino a seguir y vigilan de cerca sus pasos, no vaya a volver a tropezar. Y la niña sonríe, inocente.
-Tú solo eres una. Nosotros somos más. De nada sirve que intentes engañarme, pues él siempre estará ahí para desenmascararte. Por mucho que juegues con mi mente, no puedes destrozar los vínculos de mi alma con otras. Porque ellos no pueden verte, son inmunes a tu poder.
-A veces soy yo. A veces es ella. En ocasiones no somos ninguna de las dos, pues no logro reconocer la imagen que me devuelve el espejo. ¿Miente mi reflejo? ¿He perdido completamente la razón? No... son los monstruos... de nuevo. Nada es real. Tiempo, solo necesito tiempo. Y a ti. Y a ellos.
-Puedes odiarme, no me importa. Pues tu odio no es más que la frustración que produce el que te repugne tu propio ser. Y me hieres y me atacas, intentando que mi sangre derramada te haga olvidar la tuya propia que mana de las heridas.
-Únicamente puedo decirte... es inútil. Alzaré el vuelo antes de que puedas siquiera tocarme. Disfruta de estos momentos, los únicos en los que logras confundirme, los únicos en los que logras parcialmente anularme. Cada vez son menos... cada vez tienes menos poder sobre mí.
-Me pregunto... quién ha tomado mi mente. Quién está tras estas palabras. Qué importa. No me apetece razonar, ni encadenarme, ni someterme. No me apetece callar ni seguir lo establecido. Quiero seguir creando mi mundo, mis sueños. Y serán tan fuertes que lograré traspasar la barrera que me aparta de lo consciente y volver a ser yo. Una vez más.