Estamos solos, muy solos, y nuestra fuerza es casi sólo futbolística. Tenemos un equipazo y un entrenador excepcional, pero por lo demás, somos un equipo sin alma. Si supiéramos defendernos como gato panza arriba, si tuviéramos una afición joven, inteligente y combativa no me preocuparía el tremendo sprint formado por el final de Liga, las semis con el Bayern y la Final-Trampa en Munich. Pero por favor, con esa legión de momias de nuestras gradas, la que inicia su fúnebre procesión en el minuto 85 de todos los partidos, ¿a dónde pretendemos ir? Florentino, ¿quo vadis? ¿300 pavos para ver al Bayern en tribuna? ¿70 por una camiseta que es puro plástico? Mola estar saneados, molan operaciones ventajosas como la que se puede hacer a tres bandas con los equipos batasunos, pero y luego, ¿qué?
El panorama post-Floper pinta más negro que los huevos de Marcelo, porque no asoma un solo candidato homologable. ¡Si hasta el tontito de Carlos Sainz parece buena alternativa comparado con los otros aspirantes! Hay que atraer talento: primero, desbloquear la admisión de socios, porque vale que el tamaño físico del Pipabéu imponga limitaciones, ¡¡pero recortar deliberadamente el tamaño de la masa social…!! También hay que cambiar la política de abonos, lo hemos dicho mil veces: que se sorteen cada cinco años o cualquier fórmula que nos permita desfibrilar ese estadio, paciente en fase cuasi-terminal. Y la grada joven: Florentino, libera el Fondo Norte ya, es el futuro.
Esto es lo que hay, amigachos: un club colosal pero con un esqueleto cada vez más delgado y quebradizo. O se da la ocasión para que el nuevo madridismo, joven y regenerador, entre en las venas del gigante a insuflarle vida, o éste acabará cayendo con un tremendo estrépito. Y no será agradable de ver.