Lo curioso de este juego es que no importa que sea bueno, malo, o el peor juego del año, lo importante es la relevancia de todos estos años que lo han ido convirtiendo en un juego de caracter sociológico, de culto, de pantomima, de necesidad, pasando de melindre a enamoramiento perverso.
Una ceremonia nunca llevada a cabo, una obnubilación que nos ha llevado al enajenamiento con más ensalmo y sortilegio que podamos haber imaginado nunca.