Yo dejo este articulo que me ha parecido muy interesante y me voy a seguir celebrando lo de Benitez.
En los últimos años, el Madrid tiene tres grandes problemas: Messi, los publicistas del club y el que nunca tiene culpa de nada.
Desde que apareció Messi, el Barça ha conquistado 26 títulos, por 10 del Madrid. Desde que sus publicistas habituales sostienen que los jugadores del Madrid son el doble de buenos de lo que realmente son, el Barcelona casi siempre gana y casi siempre enamora. Y desde que regresó, el que nunca tiene culpa de nada, el Madrid ha ganado una Liga de las últimas siete, por cinco del Barcelona y una del Atlético, con 400 millones de presupuesto menos (sic). Para su desesperación, su Madrid, edificado a golpe de talonario, es el increíble caso de la superpotencia menguante: es cada vez más grande con el pequeño y pequeño con los grandes. De tal suerte que el goteo azulgrana sigue su curso y los extremos se tocan: cuanto más dinero despilfarra el que nunca es culpable de nada, más títulos gana el Barcelona.
Mejor Club del Siglo XX y campeón del mundo de ridículos en los últimos meses, el Madrid se desangra, reo de una política suicida del que no tiene paciencia, ni palabra, ni proyecto creíble, pero que nunca tiene culpa de nada. El que no tiene un Imperioso que le escuche pero sí una corte de aduladores salvaje, que contrata entrenadores en los que no confía, a los que ratifica cuando desea destituirles y a los que echa para dar un nuevo impulso después de un puñado de encuestas, cada día se parece más al finado Gil y Gil. El que nunca tiene culpa de nada parece estar convencido de que ningún entrenador sirve, porque todos llegan para ser solución y todos acaban siendo el problema. Toca otro “nuevo impulso”. Lógico, porque el que nunca tiene culpa de nada no quiere sacar el bisturí en el vestuario, ese que debería ser estudiando, a fondo a ser posible, por la ciencia, porque nunca un grupo de profesionales tuvo más derechos y menos obligaciones. Para ellos sólo cariños, lisonjas, carantoñas, contratos y renovaciones multimillonarias, no sea que el que no tiene culpa de nada no se hubiese ido en su día por haberles consentido demasiado.
Desde que volvió para prometer que haría en un año lo que se debería hacer en tres, el que nunca tiene culpa de nada es parte activa de que el Mejor Club del Siglo XX se haya travestido en un aspirante a Campeón del Mundo en ridículos que, que cada vez con más frecuencia, sonrojan a sus aficionados. Malos tiempos para el Madrid: un circo televisado de tres pistas, un vestuario con más agujeros que el Prestige y un club con más fugas que Clint Eastwood en Alcatraz. El que nunca tiene la culpa de nada, encerrado en su burbuja artificial, su cultura del márketing y sus discursos evangelizadores, sigue inasequible al desaliento: ficha y despide a jugadores,mientras crea y destruye entrenadores a velocidad de vértigo. Su Madrid, a pesar de los esfuerzos de las sillas parlantes de Real Madrid TV, en su versión oficial o en los múltiples canales oficiosos, ha pasado de ser un club modélico a ser un club de Hacendado.
Envuelto en un melodrama permanente y una estupidez creciente, el Madrid, de músculo financiero gigante y cultura de trabajo enana, ha dejado caer a Rafa Benítez. Otro a la calle. Otro para el desguace de las redes sociales y tiroteo de infectas terminales mediáticas. Que pase el siguiente. Ahora es Zidane, un mito como jugador, un buen hombre, un amigo y un desconocido como entrenador. Suerte. La va a necesitar. Entre otras cosas, porque la única divisa de este Madrid de Valle-Inclán es la que ampara al que nunca tiene culpa de nada. Si la cosa va mal, la culpa nunca será suya. Flores para él, porquería para el resto. El que nunca tiene culpa de nada, que volvió para poner orden y tiene el club hecho un desorden, el que presume de lista Forbes pero no de títulos, el que lo intenta casi todo sin salirle casi nada, se queda. El que volvió para acabar con el Barça y se está revelando como el mejor presidente de la historia contemporánea azulgrana, se queda. Él nunca tiene culpa de nada.
Rubén Uría / Eurosport