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The_Edge escribió:Estoy seguro que al igual que yo, muchos eolianos estarian encantados de saber que es eso que toma King_Albe para tener tantos y tan buenos subidones mentales.
Escupe! Ya nos estas diciendo que clase de estupefacientes tomas!
saludos
pd: suscribo lo de los kebab, me pringo siempre y más cuando me los como de resaca.
Realmente genial , muy buenaKING_ALBe escribió:Ser diferente a los demás. Ése fue mi mayor problema.
Sentado en mi pupitre de siempre, a mis 14 años, pasaba 8 horas al día metido en una clase donde debía atender a las explicaciones, cosa que nunca sucedía. Y no porque tirara bolas de papel, pegara al de enfrente, o me portara mal. Simplemente me quedaba sentado en la silla, inmóvil, con la mirada fija en el infinito del cielo, sin hablar con nadie. Prefería pasar las horas pensando en el por qué de mi personalidad, en por qué no era capaz de mantener una conversación fluida, en por qué no era normal, maldita sea. Los recreos los pasaba con un grupo de amigos, los cuales no paraban de hablar mientras yo les escuchaba y asentía como si algo me importara lo que decían, cuando en realidad a mi me era indiferente la pelea del martes o la borrachera del viernes. A ellos la media hora de descanso se les pasaba volando, no pasaba un día sin que alguno dijera el típico “¿ya ha sonado la campana???”; sin embargo, a mi, se me hacia eterna. Y a la salida, más de lo mismo: ellos charlando, yo escuchando, pero siempre pensando por mi cuenta, como si estuviera en otro mundo. Aunque, la verdad, estaba en otro mundo diferente; Fue en esa época cuando mejor entendí el dualismo que Platón nos dejó como legado. Mi cuerpo estaba presente, pero mi alma se encontraba a años luz de allí, estaba en un lugar donde las ideas flotan y yo las miro impasible, mientras los demás tratan de arrastrarme hacia abajo, hacia donde mi cuerpo anda asintiendo toda idea ajena.
Cansado y apagado, llegaba a casa a la hora de comer. No solía cruzar más de 3 palabras con mi familia, básicamente un hola, qué hay de comer, y poco más. Al terminar, me iba a mi cuarto, y me refugiaba en el alucinante mundo del ordenador. Allí hacia de todo: jugar, escribir, navegar, chatear…pasaba horas y horas sentado frente al monitor, sin darme cuenta de que la vida pasaba, y yo la iba gastando en un triste y frío amasijo de hierro.
A veces, cuando el ordenador lo ocupaba mi hermano, o cuando por unas razones o por otras, no podía utilizar el PC, me quedaba asomado a la ventana, viendo a la gente pasar. Era entonces cuando peor me sentía. Me daba cuenta de lo diferentes a mi que eran los demás: de cómo unos niños jugaban al fútbol en la plazoleta, mientras que yo, que amaba el fútbol, y que era buen jugador, me quedaba sentado en mi casa por miedo a preguntarles si podía jugar; de cómo una pareja de mi edad se comían a besos mientras yo, pobre de mi, no había tocado ni hablado a una chica jamás; de cómo el tiempo se iba volando y la gente lo perseguía lo más rápido posible mientras que yo, con mi delgadez y mis largas piernas, no era capaz ni de pasear detrás suya.
Y es que, a pesar de lo frío y calculador que soy, he derramado más de una, dos y cien lágrimas pensando en como se había ido el pasado, como se me estaba yendo el presente, y como se me iba a ir el futuro sin apenas darme cuenta de la existencia de palabras como amor o felicidad.
Fue por esto por lo que, muy en contra de mis criterios, de mi conciencia, y peor aún, de mi personalidad, decidí cambiar. Dejé aparcado el ordenador, los viernes comencé a salir de marcha, los sábados al cine, intentaba intervenir lo máximo posible en las conversaciones (a pesar de odiar los temas), de vez en cuando iba a la discoteca, a cenar por ahí… y yo todo esto lo odiaba, pero debía hacerlo si quería llegar a ser como la gente normal.
Tardé aproximadamente dos años en ser, más o menos, como ellos. Sí, la sociedad me ha ganado, ella se ha llevado la victoria. Ha conseguido con sus zarpas arrancar a uno más su personalidad para poder así engrosar la lista de los socialmente adaptados o, quitando el eufemismo, agilipollados.
Ahora me encanta salir los viernes a hacer botellón, hasta tal punto que no pasa fin de semana sin que beba más de 8 copas de vodka. Hablo a raudales sobre temas tan imbéciles como el culo de la que acaba de pasar o lo mal que está jugando Ronaldo. Ir a cenar al Burguer King es una gozada, coger las servilletas para tirárnoslas a la cara o mezclar sustancias en la coca cola es realmente divertido. Cuando hablo con una chica, lo primero que me viene a la cabeza son las dos grandes tetas que tiene, como a la gente normal.
Por lo tanto, y tras contaros mi historia, me felicito a mi mismo por no ser diferente a los demás.