Escrito por CARLOS G.HIRSCHFELD.
Menos mal que mi madre no tiene Twitter. Y lástima que no sea analfabeta, porque si hoy entra, por ejemplo, en algunos periódicos digitales no leerá cosas bonitas sobre su hijo.
Anoche me estrené presentando el programa “Punto Pelota” de Intereconomía en sustitución de Josep Pedrerol. Recibí al mediodía una llamada en la que se me preguntaba si estaba dispuesto a hacerme cargo del programa esa misma noche. Uno de esos aquí te pillo aquí te mato tan típicos de nuestra profesión y, más concretamente, de la tele. Y dije que sí. Es una de las cosas por las que me apasiona la televisión, porque te permite vivir momentos tan intensos y tan rejodidos como el de anoche. Porque no fue fácil. En ningún sentido. La mitad del equipo habitual del programa no estaba allí. La otra mitad, lógicamente, estaba bajo el impacto emocional de saber que el que hasta anoche había sido su jefe dejaba la casa y era sustituido por otro al que no conocían. Hubo que montar deprisa y corriendo un programa sin que se notase en exceso que habíamos empezado a hacerlo a las siete y media de la tarde y encontrar a no menos de 6 tertulianos para que nos acompañaran en el plató. Las últimas 4 horas antes de arrancar estábamos llamando a amigos periodistas y ex jugadores de fútbol para intentar cubrir un hueco que había quedado vacío y que había que tener lleno a las 12 de la noche. Y llegamos. No fue el programa ideal de ninguno de los que estábamos allí. Ni en el plató, ni fuera de él. Pero lo hicimos y esta noche tenemos el compromiso de hacer otro y conseguir que la nave vuelva a navegar sin zozobras cuanto antes.
El otro día escribí una Cabra que titulé “La Hijaputa” hablando de la liberación de la etarra Inés del Río. Hoy el Hijoputa soy yo. En las redes sociales, sin profundizar demasiado, he leído a gente diciéndome, además de hijo de mala madre, traidor, esquirol, mal compañero, ladrón, imbécil, arrastrado… Algunos aventuraban sobre (dicho finamente) mi tendencia a practicar el coito con las novias de mis amigos y no sé cuántas lindezas más que les ahorro. Y yo entiendo el cabreo, pero pido también a la gente que comprenda. Yo, además de periodista, soy empresario. Como nos pasa a todos por la cadena de impagados en la que se ha convertido este país, llevo casi un año pasándolas más que canutas con mi empresa para llegar a fin de mes y poder pagar las facturas. Hace meses tuve que despedir a todos mis trabajadores. En este momento mi productora no tiene ningún programa en el aire. Estoy felizmente casado y tengo tres hijos y llevo más de un año sin poder pagarme un sueldo porque mi empresa no se lo puede permitir. Y no pretendo dar ninguna pena, porque soy un tío inmensamente feliz y sé que hay millones de personas que lo pasan mucho peor que yo. Pero ¿debo en estas circunstancias decir que no a una oferta de trabajo que me hace una cadena de televisión? Yo creo que no. Evidentemente lamento la situación que ha vivido Josep Pedrerol al que no conozco personalmente y al que deseo lo mejor. Por supuesto me parece tremenda la angustia de los trabajadores de Intereconomía a los que se les debe dinero. ¿Pero alguien es capaz de decirme que, en mi situación, habrían rechazado un trabajo como el que me ofrecían? Yo creo que no. Pero me da igual. Yo me considero una buena persona, creo que soy un buen profesional y anoche, como esta noche y las que vengan, intentaré hacer el mejor programa de televisión posible. Y si a alguien le parece mal, lo lamento muchísimo. Si tengo que elegir, sinceramente, prefiero que me llamen hijoputa personas que no me conocen, a que me llamen tontolculo mi mujer y mis hijos por renunciar a un trabajo en un momento como este.