El experimento comenzó a dar sus frutos el año pasado, cuando el profesor de genética Michael Snyder notó varios datos extraños al observar los siete sensores biométricos que llevaba encima desde hace meses para comprobar su fiabilidad. Basándose en la información cotejada por los sensores, Snyder se autodiagnosticó un posible caso de enfermedad de Lyme contraída por la picadura de una garrapata durante una excursión. Poco después llegó la fiebre y una efectiva dosis de doxiciclina que terminó por confirmar sus sospechas.
En colaboración con su equipo de investigadores (y un grupo de más de 40 voluntarios que monitorizaron valores como su pulso y la temperatura de la piel durante meses), Snyder ha podido comprobar que los relojes inteligentes pueden ser utilizados para detectar un resfriado u otras infecciones hasta tres días antes de que aparezcan síntomas visibles. Lo más importante es que los dispositivos sean llevados el tiempo suficiente para establecer una línea de base para cada individuo; si las constantes se salen de ella durante un cierto periodo de tiempo, es que está pasando algo inusual.
Los investigadores intentarán ahora crear los algoritmos necesarios para notificar a los usuarios de un reloj inteligente cuando puedan encontrarse enfermos, de forma que guarden reposo en lugar de salir de fiesta un sábado por la noche.
Por supuesto, lo último que necesitan los hipocondriacos es un reloj que les avise de que les puede estar pasando algo. Según expresa un experto australiano citado por la revista New Scientist, "una de las principales cosas que gestionamos en la medicina general es la ansiedad. Te sale un bulto o tienes un poquito de malestar y te sientes ansioso. Existe el riesgo de que la gente salga corriendo a su médico de cabecera porque tiene todos estos resultados inexplicados".