Aunque a priori podría pensarse que la actual crisis es un maná caído del cielo para firmas como TSMC, la realidad es más compleja y no tan positiva. La compañía ha tenido que ampliar su techo de inversión para aumentar su capacidad productiva sin tener la certeza de que podrá utilizarla en su plenitud a más largo plazo, lo que implica posibles ineficiencias (además de menos beneficios inmediatos), pero el hecho es que la construcción de nuevas plantas es ahora mismo una necesidad imperiosa si se quieren evitar problemas aún mayores.
Actualmente TSMC tiene funcionando sus fundiciones de chips al 100 %, y ya invirtió 8.800 millones de dólares durante el primer trimestre para dotarse de más capacidad. A lo largo de 2021 espera gastar 30.000 millones.
El problema es que construir una nueva fábrica o ampliar las instalaciones actuales no es una labor sencilla o que se pueda solucionar simplemente metiendo dinero. Una planta totalmente nueva puede necesitar un par de años para superar todos los procesos de certificación y fabricar productos comercialmente viables en volumen, por lo que es posible que la situación en 2022 siga siendo delicada.
"Contemplamos que la demanda seguirá siendo alta. En 2023 espero que podamos ofrecer más capacidad para apoyar a nuestros clientes. En ese momento empezaremos a ver que la tensión en la cadena de suministros se aflojará un poco", asegura Wei.
De sus palabras se desprende que 2022 seguirá siendo un año complicado para numerosas industrias, y si bien es posible que empresas como Sony puedan enderezar la producción de consolas, no parece probable vaticinar bajadas de precio en componentes como tarjetas gráficas o incluso monitores. Su opinión es compartida por rivales como Intel. Pat Gelsinger, CEO del fabricante estadounidense, lo ve igual de claro: la falta de chips no se resolverá hasta "dentro de un par de años".