Cemetery of Splendour Hablar del genio tailandés Apichatpong Weerasethakul resulta complicado, pues es un director tan misterioso que hace que sus películas resulten herméticas. Sus mensajes cifrados y sus continuos planos metafóricos se han ganado la admiración de un público, que se ha vuelto fiel a todo lo que hace. Pero ese estilo tan peculiar, como el que pueden tener otros como
Terrence Malick, ha hecho que le odien también. Una técnica basada en planos prácticamente fijos – como las últimas películas del recién fallecido
Manoel de Oliveira – y sin un argumento férreo, el cual va navegando entre el surrealismo y el documental para hablar en su mayor parte sobre la historia pasada de Tailandia, la religión y la política.
Cemetery of Splendour ha causado polémica hasta antes de ser proyectada. Ya en mayo sorprendió a la mayor parte de los críticos al ser elegida como parte de la sección “Un certain Regard” del Festival de Cannes, cosa que no se entendía cuando era la primera película del tailandés tras haber salido victorioso del certamen francés cinco años atrás con
El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. Una decisión que le restó protagonismo al film, que hubiera podido lograr algún premio perfectamente.
La película comienza con un grupo de soldados haciendo una excavación un tanto misteriosa para momentos después presentarnos a la protagonista, una ama de casa que va a empezar a trabajar en un hospital improvisado y construido sobre una vieja escuela. Allí, unos militares descansan en una cama debido a una extraña y misteriosa enfermedad que los induce al sueño. ¿Qué les ha ocurrido? No lo sabemos. Los médicos han instalado unas máquinas para que no tengan pesadillas y, en su lugar, sueñen cosas tranquilas. La protagonista conocerá allí a una médium que hace de intermediaria entre el paciente y los familiares.
Cemetery of Splendour bebe de las dos películas más importantes de Weerasethakul. Primero porque el tailandés vuelve a situar su historia en un hospital, como ya hizo con
Síndromes y un siglo, un drama romántico basado en la historia de amor real que tuvieron sus padres, y segundo porque, al igual que “Tío Boonmee”, la fantasía se entremezcla con la realidad para contar la historia, pero a diferencia de su anterior trabajo, aquí lo onírico está todavía más impregnado, convirtiendo el film en un realismo mágico que hace imposible casi separar las dos partes. Pero eso no supone ningún problema, puesto que el director pretende hacer una radiografía intimista de la sociedad tailandesa y, como bien es sabido, la mayor parte de la población es budista, por lo que supone una visión inteligente con el fin de mostrar esas preguntas que se hacen todos acerca del cielo, la reencarnación y demás.
Con los continuos planos estáticos con los personajes merodeando por el cuadro mientras hablan acerca de sus vidas o acontecimientos personales, Apichatpong no se cansa una y otra vez de utilizar una técnica que parece que ya está más que pulida. La vaga línea narrativa de sus películas ha sido una de las grandes críticas de sus detractores; sin embargo, la realidad es que el alejamiento de las formas convencionales de contar una historia no hace otra cosa que elevar a la película a la categoría de universal para plasmar las cuestiones presentes como algo general que ocurre en su país en su totalidad y desde hace mucho tiempo.
Le da igual utilizar diálogos intrascendentes – de hecho la mayoría podríamos catalogarlos de poco importantes o son tan codificados que no los entendemos -, pues lanza sus ideas a través de las imágenes. ¿ Quién no se acuerda del potente plano de un extractor de humo en Síndromes y un siglo? Y es que tanto los personajes y la acción al final no tienen relevancia porque lo importante radica en el entorno, aunque no sea mostrado directamente. Así, el terreno donde se encuentra el hospital improvisado, siglos atrás era un palacio habitado por los reyes de la antigüedad que libraron batallas para defender al pueblo de la ciudad de Khon Kaen. Todo lo contrario a la crítica ingeniosa que lanza el director a la dictadura presente en su país y que es personificada en los soldados durmientes. “
Dormía mucho para escapar de la realidad, y escribía mis sueños. Esta película está vinculada a la necesidad de despertar” dijo Apichatpong en una entrevista. Por ello, Cemetery of Splendour también acepta una línea política, la cual le ha acompañado desde siempre, pero es aquí donde quizá podemos apreciarla mejor por la aparición del ejército. Como esa secuencia en el que se ve al soldado principal durmiendo con la máquina puesta y acto después se nos muestran planos de gente durmiendo en la calle y en una parada de autobús. O también cuando la acción tiene lugar en un bosque “mágico”, de cuyos árboles cuelgan carteles que podríamos decir revolucionarios (“
El tiempo que se pasa sin hacer nada es un tiempo sin final“).
Se ha hablado mucho sobre que tal vez sea la película más accesible de este realizador y el motivo es que el número de personajes se reduce prácticamente a tres: La anciana enfermera, la médium y el soldado que despierta y se duerme a partes iguales. Las dos primeras serán las que lleven el peso en prácticamente todo el film, resultando que parezca un trabajo menos ambicioso que sus predecesoras. Sin embargo, Apichatpong no hace sino plantear los mismos temas una y otra vez. Cabe resaltar a Jenjira Pongpas (la enfermera) cuyo papel vuelve a ser el de una mujer mayor coja; hándicap que se podría traducir como la situación en la que se encuentran sus compatriotas.
Cemetery of Splendour se basa en la contemplación del entorno porque, como hemos comentado arriba, la influencia budista está muy presente y el objetivo de la película es que meditemos a través de la naturaleza y los animales (muy importantes en el budismo y no considerados como seres inferiores) para que tomemos conciencia y nos demos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor. Pero lamentablemente, diversas metáforas que nos arroja – recordemos ese ¿protozoo? flotando por el cielo – resultan cuanto menos indescifrables para el espectador, que puede acusar a la película de vacua y pretenciosa. Lo que no hay duda es la capacidad de este gran director para crear imágenes potentes y combinarlas con tonalidades que nos hacen dudar sobre si estamos ante un sueño o lo que vemos es la pura realidad.
No llega a la altura de la grandiosa El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas, pero es muy digna dentro de su filmografía. Aun tenemos la duda de cómo será su próximo trabajo, ya que ha anunciado que esta sería su última película en su país natal. Esperamos ansiosos saber si será de esos directores que se mantienen fiel a su estilo o, por el contrario, evolucionará audiovisualmente.
7/10