Control parte de una motivacion personal de Anton Corbijn, su director, el cual conoció personalmente al malogrado y atormentado cantante de Joy Division en el Reino Unido de los 70. Trabajó brevemente con ellos y de esa conexión nace su voluntad de lanzarse al debut cinematográfico, realizando un biopic del intérprete.
Sorprende que el biopic haya dejado en un segundo plano el itinerario de Ian Curtis como cantante del grupo Joy Division, mas bien adapta, Touching from a Distance escrito por Deborah Woodruff, viuda del malogrado cantante que sufrió continuas infidelidades como base .
Es un biopic que emana tanto amor por su retratado como inteligencia para no caer en las tentaciones de la complacencia. Corbijn es un nostálgico del post-punk, un fotógrafo exquisito que en su blanco y negro entiende la atmósfera inhóspita de los contextos en los que Curtis se proclamó genio fugaz y malogrado.
El suicidio del cantante y líder de Joy Division a los 23 años marcó una carrera tan breve como tormentosa y, por extensión, exige de la mirada biográfica una poderoso abdetramiento en el alma del sujeto, Esa mirada está presente en “Control”, como un doloroso profundizar
en una personalidad nunca autodestructiva que no cae en los excesos, sino siempre superada por el curso de los acontecimientos, de la sobredosis emocional y la epilepsia, de la inesperada deificación y los demonios internos.La vida de Ian Curtis en pantalla
se deja sentir como una de sus canciones, tortuosa y oscura, repleta de agonía interior que uno adivina hacia un destino fatal, esto lo percibimos en en la precipitación de su adolescencia, en la reacción ante el nacimiento de su hija, el miedo a la pérdida de Debbie (Samantha Morton) o incluso en su rechazo a ella, cada nueva consecuencia y causa de esas estampas, forma de una de las indecibles canciones de la banda británica, por eso adquiere mucha importancia la traduccion de esa letras cantadas.
Hay por tanto, un aliento romántico en el retrato de la figura de Ian Curtis, enigmático, taciturno y alienado en su fortaleza hermética que nadie podía traspasar, ya fuese su mujer o sus compañeros de grupo. Permanecía allí, pero su esencia siempre estaba en el aire, lejos de las almas muertas que le llamaban sin cesar.
Corbijn habla de un sentimiento, se convierte en el cronista de un tiempo y lugar, en un amante de The Clash o The Velvet Underground que echó de menos los movimientos de Jim Morrison, hasta que Ian Curtis inició aquella violenta danza hasta confundirse con la epilepsia que tanto asombro en su primera aparicion en la television britanica.
Sam Riley es la viva reencarnación de Curtis, un prodigio de mímesis que agiganta la creencia en una obra tan de culto como el grupo mismo que emula en sus imágenes, taciturno, atrapado, agotado, desbordado o torturado, Riley revive un mito en su tragedia particular o en el éxtasis de un concierto,
inmortalizando su mirada esquiva mientras camina por la calle embutido en su chaqueta oscura y un largo, soberbio travelling le sigue hasta poder leer en su espalda la palabra HATE, Alcanzamos entonces uno de sus momentos más inspirados en la compleja construcción del personaje, en la codificación de un espíritu irreconciliable con el establishment, sentir generacional vomitado desde los escenarios que hicieron mártires a aquellos que ni siquiera empezaban a vivir, que ni siquiera habían aprendido a hacerlo.
Tambien destacamos su pavor a su enfermedad, que en aquellos años no tenia tramientos efectivos, es la una de las panaceas sobre la que se alimenta el film, lo explicaríamos mejor diciendo que los ataques epilépticos que sufría el cantante se le otorga el
valor simbólico de manifestación externa física del descontrol progresivo en el que se iba sumiendo su espíritu.Corbijn consigue esa atmósfera que permite captar un lacónico y sombrío ambiente británico en la época post-punk, “Control” es el homenaje más sentido posible, aquel que Ian Curtis difícilmente hubiera imaginado, un homenaje cargado de bellísimo romanticismo post-punk.
8.5