Se levantó un fuerte viento caliente en cuestión de minutos. Las ventanas de la casa se abrierón de un golpe, dandole la bienvenida a esa extraña presencia que resoplaba entre los arboles con tanta fuerza y vigor.
María desperó de golpe. Tenía la frente sudada y sentia un fuerte pesar en su interior. Se sentía como si acabara de despertar de una pesadilla, pero no era así. No se sentía ella. Se incorporó en la cama y levantó la cabeza para recibir lo que el viento le tenía reservado.
Ante ella, se postraba alto/a y hermoso/a el Arcángel Gabriel. Lucía una enorme túnica de seda de bordes dorados que caía desde sus hombros, hermosos y blancos, hasta el suelo. Sus melenas doradas no parecían estar echas de pelo. Parecia un monton de arena desértica volando al viento. Su rostro mostraba pura inocencia, pero, a su vez, infinita perfeccion. Sus rasgos eran infantiles y su piel tan blanca como las sabanas de María. En su boca habia impresa una constante y bondadosa sonrisa que inspiraba una sensación de amor y ternura. María no pudo distinguir mucho más de la conocida figura por su estado y por la fuerte luz dorada que entraba por las ventanas e inundaba la habitación. El arcangel dio un paso hacia delante con sus manos sobre el corazón.
-“Salve, llena de grácia. El Señor esta contigo.”, dijo el arcangel. María, algo sorprendida ante tales palabras, como si el maldito humanoide halado la conociese de algo, levanto una ceja. El arcángel prosiguió: “No temas, María, porque has hayado gracia delante...”
-“Gabriel, callate, por favor.” interrumpió María. “¿Qué crees que consigues entrando a mi cuarto y anunciándome un mensaje de Diós? Me da igual, Dios Todopoderoso es quien hace que los hechos se cumplan. Yo solo soy una simple mortal, imperfecta, destinada a morir, y sin ninguna voluntad sobre los actos de Diós.” Miró a Gabriel esperando una respuesta, pero noto a este ser “perfecto” un tanto confuso.
“Pero, María, bendita entre todas las mujeres, el Señor me ha enviado aquí para comunicarte un hecho de gran importancia. Es el nacimiento...”.
“Si, Gabriel,” volvió a interrumpir maría, “pero, ¿qúe importa que yo lo sepa o no? ¿Puedo negarle algo a un ser tan grande y perfecto como lo es nuestro Señor? No, soy demasiado pequeña. Soy demasiado pequeña e insignificante como para cambiar algo tan grande. ¿Dices que me afecta? Bien, es algo que tampoco queda en mis manos, asi que lo único que puedo hacer es rezar a Dios para que este tenga piedad en mi y que me traiga un bien, y ningun mal. De nada me sirve saber mi destino si no puedo cambiarlo. Si me das un destino escrito, solo vas a darme infelicidad, porque tendre que enfentarme a demasiadas cosas contra las que siempre perdere.
Lo siento, Gabriel, no me importa lo que tengas que decirme. Tengo muchas cosas que hacer esta tarde, cosas que si son de mi elección y estan dentro de mi voluntad. Si hago estas cosas bien y tomo los caminos correctos, daré con una cosa que ni vosotros ni los Ángeles, ni los Querubines, ni vosotros los Arcángeles podreis tener: mi propia felicidad. Vuestros sentimientos estan demasiado cerca de Diós para poder tener algo tan grande y valioso. Ahora, si me disculpas, necesito dormir unas horas mas.”
Diciendo esto, María sonrió y volvió a tumbarse. No sabía que tenía Diós para ella al día siguiente, pero no le importaba. Sabía que sería otro día más de su vida, y todo lo que ella podria pedir. Cerró los ojos y volvió a quedarse plácidamente dormida.
Gabriel se quedo quieto unos segundos, con la misma sonrisa pegada a su faz. El viento volvio a levantarse levemente. El Arcángel se alzó en el aire y desapareció de la habitación.
Es verdad que el destino de María y de muchos otros estaba en manos de Diós. La voluntad del señor no había sido vencida pero, de momento, había sido completamente ignorada.