El artículo de The Verge es un torrente de datos y cifras, acuerdos y cláusulas previo paso a entrar en el mercado más importante del mundo, Estados Unidos. En ese 2011, la inminente llegada de Spotify al país suponía la implantación de la plataforma líder en streaming. Una entrada en la que Sony (y podríamos presuponer que el resto de grandes discográficas) debía atar con unos acuerdos que le generaran grandes beneficios.
Para empezar, Spotify tuvo que pagar a Sony hasta 42 millones de dólares por adelantado solamente para poder tener acceso al catálogo musical de la discográfica, un dinero que en el contrato no especifica que fuera a parar directamente a los músicos. De hecho, según las fuentes consultadas por The Verge, los ejecutivo de Sony (y en general de todas las “grandes”) mantendrían esta suma como ganancias únicamente para la compañía.
Además, el acuerdo al que llegaron ambas compañías incluía una cláusula denominada Most Favored Nation clause, según el cual Sony podía pedir a un auditor independiente una vez al año un examen para determinar si Spotify había llegado a un acuerdo más favorable con otro sello, en cuyo caso Spotify debía poner en aviso a Sony para “actualizar” los términos del contrato e igualarlos.
La empresa de streaming también estaba obligada por contrato a dar a Sony millones de dólares en espacios publicitarios. En este caso la discográfica era libre de usarla, bien para promover a sus artistas, bien para venderla a terceros con fines de lucro. Igualmente se aseguraba una cuota mínima (sin especificar) por uso de streaming, razón por la que cobraría un dinero aunque el servicio no le hubiera reportado beneficios.
En cuanto a Spotify, de las pocas cláusulas “amigables” que firmó se le permitía mantener el 15% de las ventas realizadas a través de anuncios de terceros. En este caso y según el acuerdo filtrado, el dinero obtenido no se incluiría en los ingresos declarados.
En definitiva, un contrato donde claramente Sony salió beneficiada (y parece que Spotify no tanto) y donde quizás ha faltado añadir el gran dilema y misterio en torno a los servicios de streaming y su lucha con muchos músicos: el pago a los artistas por parte de las discográficas tras un contrato de estas características.