El cambio también afecta a algunos equipos con procesadores Intel de sexta generación (Skylake), que no a todos. Según explica Microsoft, los ordenadores que seguirán recibiendo actualizaciones lo harán porque el fabricante en cuestión "se ha comprometido a realizar pruebas adicionales, validar periódicamente las actualizaciones de Windows y publicar controladores y firmware para Windows 10 en Windows Update".
Teóricamente tanto los ordenadores con Kaby Lake como aquellos con Ryzen deberían poder ejecutar Windows 7 y Windows 8.1 sin la menor de las dificultades, pero el uso de hardware de nueva generación podría devenir en la aparición de problemas, y la inversión necesaria para solventar estos imprevistos en plataformas antiguas requeriría dedicar unos recursos que Microsoft no considera justificables.
El abandono de las actualizaciones para equipos nuevos con Windows 7 no es muy llamativo porque el sistema operativo se encuentra en fase de soporte extendido, pero Windows 8.1 todavía es relativamente moderno y teóricamente se encuentra cubierto por la política de servicio estándar, por lo que además de actualizaciones de seguridad también debería seguir recibiendo mejoras a nivel de funcionalidad durante un mínimo de cinco años según la propia definición de Microsoft.
La nueva política de actualizaciones de Microsoft va claramente encaminada a inducir la adopción de Windows 10 también entre los usuarios que montan sus propios equipos o compran ordenadores sin un sistema operativo preinstalado.