La operación de compra comenzó a fraguarse públicamente allá por el mes de noviembre, cuando el fabricante de procesadores Broadcom ofreció a Qualcomm 130.000 millones de dólares a cambio de la mayoría de sus acciones. Se trataba de una oferta de compra no solicitada e inicialmente Qualcomm rechazó estos avances, solo para decir a continuación que era poco dinero para lo que valía realmente, abriendo el camino a unas complejas negociaciones.
La unión entre Broadcom y Qualcomm hubiera dado pie a la creación de un nuevo gigante de los procesadores, rivalizando directamente con compañías como Intel y Samsung.
El veto de Trump a la operación se inscribe en su política de protección de las empresas locales. Aunque Broadcom tiene sus raíces en Estados Unidos y a efectos prácticos desarrolla ahí gran parte de su actividad, su sede se encuentra en Singapur. Ya sea por una razón de estética o por otras menos visibles (Qualcomm es una de las mayores firmas dedicadas al desarrollo de chipsets móviles e infraestructura de telecomunicaciones), que una firma de Singapur se hiciera con Qualcomm contravendría la línea oficial de la Casa Blanca.
Sea como sea, Broadcom ya esperaba un desenlace parecido, y por este motivo se encontraba en proceso de migrar su cuartel general a Estados Unidos.
De acuerdo con la compañía, nunca entró en los planes finalizar la adquisición de Qualcomm antes de redomiciliar su sede, por lo que la orden presidencial carece de fundamento. Pese a ello, el documento firmado por Trump ordena a ambas empresas "abandonar permanentemente la adquisición propuesta", así que es difícil saber si el matrimonio podrá o no continuar. Una nota de prensa emitida por Broadcom explica que la compañía discrepa en términos rotundos con la aseveración de que la compra de Qualcomm supone un riesgo para la seguridad nacional, añadiendo que está examinando la orden presidencial.